jueves, 1 de agosto de 2013

13 vueltas


Lo había deseado desde hacía tiempo. Había soñado con algo o alguien que pudiera acabar con las personas que la desesperaban o la hacían sentir mal: amigos, enemigos, familia. Si tan sólo pudiera transformarlos en cucarachas y corretearlos, o arrancarles una a una sus patitas, o aplastarlos hasta reducirlos a nada. Pero no, la realidad era otra: debía escuchar y callar, sin responder, casi sin sentir, pues su opinión no importaba en ese mundo de gente egoísta.


Y entonces todo cambió. No sabía si había sido por mirar tanto tiempo las estrellas en sus noches en vela (tal vez había deseado al mismo tiempo que una estrella fugaz pasaba en algún rincón del universo), o si sería por las monedas que se le habían caído en un charco a inicios de la semana (aunque no fuera precisamente una fuente), o quizás por haber observado a esa vieja señora verrugona del supermercado (que bien podría ser una bruja que convertía los sueños en realidad), pero la respuesta a sus súplicas había llegado hacía unos días en la forma de un inocente reloj de bolsillo.

Lo vintage se había puesto de moda, junto con todo lo que reflejara la nostalgia por un supuesto mejor pasado que nos había abandonado en el tortuoso presente. Primero creyó que sería de alguna de sus hermanas: un hermoso reloj dorado, redondo, con algunos relieves que representaban flores y aves. Pendía de un cordón fino, a modo de collar, y se veía tan viejo como sus abuelos, lo cual ya era decir bastante. Lo dejó en la mesa de la cocina antes de meterse en más problemas.

Sin embargo, a la hora de la cena nadie lo reclamó y ella pensó que no estaría mal tener un nuevo collar en su guardarropa. Esa noche tuvo un sueño extraño: soñó que el reloj le hablaba. Y no sólo eso: le daba instrucciones para matar a la gente. Era tan fácil y claro que despertó de golpe y no pudo cerrar el ojo en un buen rato, observando a lo lejos el reloj que apenas brillaba bajo la pálida luz rebelde que se colaba por las cortinas.

A la mañana siguiente sus compañeras del colegio la hicieron enojar. De nuevo las burlas, las críticas, las metidas de pie en el pasillo para que se cayera o los jalones de sostén en medio de un examen para que gritara. No las toleraba más. En el recreo huyó a un rincón alejado del patio y tomó su reloj entre las manos. Sabía que era absurdo pero no perdía nada con intentarlo, ¿qué más daba que hubiera sido un sueño?

Siguió las instrucciones tal como las recordaba: dio trece vueltas al reloj hacia atrás, murmuró el nombre de la chica que más la molestaba, y la observó a lo lejos platicando presumidamente con sus amigas. La niña más popular de la escuela quería lucirse frente a los demás y se puso a modelar para todos los voyeristas que la ansiaban en secreto. Pero el pasillo no era espacio suficiente y subió las escaleras. Bajaba los escalones con gracia cuando uno de sus pies resbaló y se desplomó, golpeando su cabeza fuertemente en el suelo. Los gritos llenaron el patio… al igual que la sangre.

No lo podía creer, había funcionado. Esa arpía molesta estaba muerta y ella lo había hecho. ¿Lo había hecho? No, no, debía ser pura coincidencia, esas cosas podían pasar… ¿O no? Aunque intentar de nuevo tampoco le quitaría nada, una persona más, una persona menos. Observó a una de sus amigas que siempre las criticaba a todas y se sentía una diva. Estaba comiendo unas pastillas de fruta mientras comentaba entusiasmada la muerte de su compañera. Vueltas, susurro, mirada. Su supuesta amiga hablaba de cómo podría ser la reina de la escuela ahora que la otra estaba muerta, cuando una pastilla no descendió por su garganta y comenzó a ahogarse. Estaba sucediendo, realmente estaba pasando. Tenía el poder del mundo en sus manos. Podía controlar a todos, nadie volvería a meterse con ella.

Mientras su amiga era socorrida por varios maestros en vano, ella se levantó y se fue, sintiendo el placer que sólo podía dar el poder y el control sobre los demás. Observó el patio y distinguió al chico que la había humillado una vez, tratando de sobrepasarse... y qué tal aquel otro que había lastimado tanto a su hermana, o ese profesor que la había reprobado hacía dos años.

Vueltas, susurros, miradas…

Habían pasado dos días. Las personas creían que el colegio estaba maldito: doce muertes en 48 horas. Tendrían que cerrar el instituto en lo que se hacía la investigación. Pero a ella nada le importaba. Se sentía gloriosa, fuerte, invencible, magnífica; como si fuera una antigua diosa olvidada que regresaba para cobrar venganza.

Llegó a su casa temprano, ese día ya no habría clases. Cuando abrió la puerta le sorprendió no ver a su madre o a las sirvientas, pero le restó importancia y subió a su cuarto. Iba en las escaleras cuando escuchó ruidos extraños y se acercó a la habitación de sus padres. Ojalá no lo hubiera hecho. Su madre estaba ahí con un hombre que ella no reconocía. Estaba por irse cuando su hermana mayor apareció y cerró la puerta discretamente, diciéndole que no se metiera en donde no la llamaban. Así que ella sabía también y no decía nada.

Enojada, tomó su reloj y lo apretó con fuerzas en su mano. No quería hacerlo pero a la vez pensar en su padre, en el dolor que sufriría al enterarse, en cómo su madre los había engañado a todos. Su hermana la jaloneó e intentó aventarla a su cuarto, pero se zafó y clavó sus ojos en ella. Mentiras, secretos, traiciones… estaba harta.

Vueltas, susurro, mirada…

Su hermana comenzó a inclinarse hacia el lado izquierdo, apretando su brazo con fuerza. Parecía que quería jalar aire pero éste huía de ella. Intentó gritar, decir algo, pero los sonidos no escapaban de su garganta. Pronto cayó al piso, con los ojos clavados en su hermana menor que sonreía mientras ella moría.

Pasó encima del cadáver y abrió la puerta. Su madre y su amante se giraron al instante, sorprendidos. Esta vez sí la habían visto. Ella comenzó a girar el reloj, pensando en acabar primero con su madre, cuando escuchó unos pasos detrás de ella. "Papá", dijo al tiempo que lo veía a los ojos, pero entonces su padre dio unos pasos hacia atrás, tropezó con el cadáver de su hija mayor y cayó por las escaleras. Cuando se asomó por el barandal vio el charco de sangre: había murmurado el nombre incorrecto.






 

[Cuento registrado. Todos los derechos son de Montserrat Reyes Orraca. Prohibida la reproducción total del texto sin autorización del autor. Si citas, cita la fuente].