martes, 23 de julio de 2013

Leer es como amar


Leer es como amar, es al menos lo que a veces pienso. Hay libros tormentosos, intensos, pasionales, serios... Hay libros que parecían prometer mucho y a la mera hora no fueron nada bueno; otros cuya vaga portada no hace justicia a su extraordinario interior.

Leer es como amar. Las relaciones con los libros pueden ser sumamente románticas, de una infinita necesidad que raya en la locura, en la obsesión, en ese deseo por tocarlos y tenerlos entre las manos y no dejarlos ir. Por olerlos, sí, olerlos hasta memorizar ese aroma a viejo o a nuevo, a hojas, a libertad, a sueños...

Leer es como amar. Es solitario, como cada relación donde crees que compartes en un perfecto equilibrio pero al final no sabes quién da más y quién da menos. Es doloroso, sumamente doloroso. Hay una ruptura inminente aguardando al final del libro, pero seguimos por la loca creencia de que necesitamos saber qué pasará...

Leer es como amar. Y tal vez por ello he huido de la lectura en los últimos años como he huido del amor. Porque en el fondo hay miedo a desnudarse y mostrar las emociones, a confiar en el otro y dejarse llevar por sus palabras y sus imágenes que prometen tanto, miedo a creer que el final valdrá la pena sin importar lo que hallemos en el camino. Miedo, siempre todo se reduce a eso.

Me pregunto si reencontrando poco a poco el amor a la lectura me encontraré también con el amor, puro y verdadero, exacto como un libro. Y si así fuera, ¿confiaré?

Miedo... también los libros provocan eso. Miedo a terminar una excelente historia y saber que al final no habrá más... ¿y si no hay más?



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