lunes, 17 de mayo de 2010

Tristitĭa



Triste es no poder hablar las cosas porque se niegan a escuchar. Triste es ver a los que amas arruinar su vida y no poderlos salvar. Triste es que tus propios amigos duden de ti y de tu palabra. Triste es sentirte solo rodeado de una gran masa. Triste es no saber a quién recurrir cuando parece que todo está perdido. Triste es que dudes de mí y creas que yo te fallaría, cuando en realidad te amo más que a nada en el mundo...


martes, 4 de mayo de 2010

Infinītus



 
Olor a sangre, a muerte y desesperación. Sensaciones que se desvanecen en mi alma con el pasar de las olas del olvido que con sus aguas de Estigia se encargan de hacerme olvidar lo que era más importante para mí. Ya no sé quién soy ni a dónde pretendo ir, he perdido el rumbo entre tantos caminos que se entrecruzan y que me empujan sin cesar de un extremo al otro del mundo, lanzándome contra rocas afiladas, esperando mi aprobación, mis palabras.

Ya, ya estoy harta de tomar partido y decisiones que no me competen. ¿Por qué no crear un mundo en el que nadie tenga que escoger, donde no haya bandos que formar?

Me pierdo, me pierdo entre las olas nunca más transparentes de las aguas del universo, que encierran en sí mismas tanto odio, tanta historia, demasiados errores que se repiten una y otra vez en el transcurso de la humanidad. Y no aprendo, no aprendo nada.

¿Cómo saber qué escoger, a dónde dirigirse? Sería más fácil dejarme ir por una vez en la vida en el acantilado de los sueños y las pesadillas, donde todo se fusiona sin haber inicio o fin, y que no acaba hasta que una mano fría nos hace despertar.

Cadáveres, cadáveres de hielo que carcomen las entrañas de los que observamos a los vivos en el pasar de los siglos. Quien haya dicho que la inmortalidad es un regalo es que nunca ha vivido más de dos siglos, cargando sobre sus hombros el dolor de tantos seres, el final de las civilizaciones que se alzan y caen como castillos de arena, los gemidos del mundo agonizante que se colapsa segundo a segundo para llegar a la extinción.

Hay tanto, tanto aún por lo que podríamos luchar, pero hoy me rindo, porque hoy no quiero saber nada del mundo ni quiero saber nada de ti. Sólo pretendo que las blancas hojas de los árboles caigan sobre mi cara y cubran mi cuerpo con su hielo, y así, congelada, reposar por los siglos de los siglos, o hasta que el dolor sea tan fuerte que me haga sentir viva.

Yo, tonta inmortal, debería ya de estar acostumbrada a estas decepciones de la vida que no se acaban con el pasar de los años. Pero sigo conservando un cierto lado humano, un toque de ingenuidad, un dejo de esperanza, y el amor… el amor que me hace confiar de nuevo en aquellos que me rodean aunque vuelva a salir lastimada.

Un tallo de rosa atraviesa mi corazón blando y me pregunto: ¿estoy sangrando?